¿Por qué lloramos de alegría? La ciencia lo explica
On noviembre 29, 2021 by adminYa sea en el día de tu boda, en el nacimiento de tu hijo o cuando tu equipo ganó la Super Bowl, probablemente has llorado de alegría en algún momento. Y es normal, ya que nuestras caras suelen estar reñidas con nuestros sentimientos (¿qué tal esa expresión de dolor cuando comes algo delicioso o ves algo bonito?) «Las personas pueden tener expresiones negativas, pero sentir sentimientos positivos», explica a Fatherly la psicóloga Oriana R. Aragón, que estudia la regulación de las emociones y las expresiones faciales.
A través de múltiples estudios, Aragón y otros han rastreado cómo nuestras expresiones faciales se corresponden con nuestras emociones. Aunque los investigadores sospecharon en su día que las lágrimas de alegría se producen por sentimientos latentes de tristeza, desesperanza o pérdida, Aragón, que probó empíricamente por primera vez las lágrimas de felicidad en 2015, no está de acuerdo. «Encontramos que en las medidas explícitas e implícitas de cómo se siente la gente, que las personas pueden llorar incluso cuando, de hecho, reportan sentimientos predominantemente positivos, no sentimientos negativos.»
Y estudios posteriores han confirmado que no hace falta ser un padre primerizo o un aficionado al deporte intoxicado para llorar incluso cuando te sientes feliz: basta con tener sentimientos, y una cara.
Si no lloramos lágrimas de felicidad porque en el fondo estamos tristes, ¿por qué lo hacemos? La respuesta corta, según Aragón, es que el llanto intensifica los momentos más felices de la vida. Nuestras lágrimas liberan unos neurotransmisores conocidos como leucina encefalina, que pueden actuar como un analgésico natural. Cuando la gente llora porque está triste, se siente mejor. Pero cuando las personas lloran porque están felices, ese mismo neurotransmisor las hace sentir mucho más felices. En otras palabras, las lágrimas favorecen la catarsis.
Una explicación más compleja de las lágrimas de alegría implica la teoría de que nuestros cerebros no siempre conocen la diferencia entre emociones positivas y negativas. El hipotálamo, una parte del sistema límbico del tamaño de una almendra, responde a las emociones a través de fuertes señales neuronales procedentes de la amígdala, que no siempre puede discernir la diferencia entre las señales de alegría y las de tristeza, explica Jordan Gaines Lewis, profesor de psiquiatría en Penn State. Cuando las señales de felicidad y tristeza se cruzan, se activa el sistema nervioso parasimpático, que nos ayuda a calmarnos después de un trauma y libera el neurotransmisor acetilcolina. La acetilcolina indica a nuestros conductos lagrimales que se pongan en marcha. Así que lloramos.
En un estudio publicado en 2009 en la revista Evolutionary Psychology, Oren Hasson adoptó un enfoque novedoso. Propuso que el llanto es una señal social que significa en términos generales: «no me ataques, considera la posibilidad de apaciguarme, necesito amigos cercanos en este momento, ciertamente no voy a hacerte daño». Llorar, pues, tiene sentido tanto en situaciones tristes como alegres: es la forma que tiene la biología de derribar barreras y facilitar la creación de vínculos.
Los niños son tan propensos a llorar de alegría como los adultos, dice Aragón, y los hombres son tan propensos como las mujeres a llorar de alegría. «Hemos comprobado que tanto los hombres como las mujeres lloran lágrimas de alegría», afirma.
Interesantemente, el estudio más reciente de Aragón indica que las personas son más propensas a consolar que a celebrar las lágrimas de felicidad de otra persona. Y, quizás en algún nivel, eso es lo que queremos. Ya sea el día de nuestra boda, el nacimiento de nuestro hijo o el día en que nuestro equipo gana, no queremos que otra persona que busca una fiesta se introduzca a la fuerza en nuestra celebración. Queremos solaz y, después, soledad. En algunos casos, puede que lo necesites tanto que llores por ello. (Especialmente si eres un fan de los Patriots).
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