Lo que aprendí del ayuno durante un año

Una vez a la semana me salto la comida durante 36 horas. Termino mi última comida alrededor de las 8 de la noche del lunes, no tomo nada más que agua y a veces té negro el martes, y rompo mi ayuno el miércoles por la mañana alrededor de las 8. Si eso le parece una locura y un poco peligroso, lo entiendo. Esa fue mi propia reacción cuando experimenté por primera vez con el ayuno hace un año y medio. Pero desde entonces, no he mirado atrás.

No empecé a ayunar para perder peso. De hecho, como un tipo naturalmente delgado con un metabolismo rápido, saltarse las comidas sonaba como una receta para marchitarse tanto física como mentalmente. Pero dos cosas sucedieron a finales de 2015: La doctora Sandrine Thuret, del King’s College, me señaló su charla TED sobre el impulso del crecimiento de nuevas células cerebrales mediante el ayuno, y un colega mío no comía en determinados días de trabajo porque afirmaba que así prolongaba su vida. Esto hizo que me diera cuenta de la biología que hay detrás de esto y que lo probara por mí mismo.

La primera vez que ayuné durante 36 horas, fue horrible. A lo largo de toda mi vida, cualquier indicio de hambre desencadenaba una reacción instantánea para coger un bocadillo. Me costó dos semanas romper ese instinto. Pero a la tercera semana, mi cuerpo empezó a adaptarse para utilizar mejor mis propias reservas de grasa. En lugar de marchitarse, ocurrieron cuatro cosas.

1. Aprendí la diferencia entre el hambre aburrida y el hambre verdadera. Esto se hizo especialmente evidente cuando hice un ayuno prolongado de siete días recientemente. Todavía podía levantar peso en el gimnasio y tener una semana de trabajo productiva, vi que mi cuerpo tenía increíbles reservas de energía incluso cuando no estaba comiendo constantemente. Tampoco me dolió que romper el ayuno fuera uno de los momentos más placenteros y felices. Esa pura felicidad cristalizó para mí que comer es divertido; nuestro cuerpo produce literalmente transmisores de felicidad cuando comemos. Pero como comemos todo el tiempo, estamos insensibilizados al hedonismo de comer, y el ayuno reavivó esa sensación.
2. Rehuí la comida basura. Después de entrenar mi mente para evitar comer durante períodos prolongados, la disciplina en torno a mi consumo se extendió a la elección de alimentos. Si tengo un número restringido de comidas o de horarios para comer, más vale que sean comidas estupendas. Ahora me resulta fácil saltarme la comida cutre del aeropuerto y aguantar la buena.
3. Los días de ayuno se convirtieron en mis días más productivos. Subjetivamente siento un estado potenciado y de concentración a medida que mi cuerpo compensa para producir cetonas, cortisol y otras biomoléculas estimulantes. Cuando ayuno, me imagino a mí mismo como un «monje cazador» con un flujo de tipo zen que se aplica y se dirige a cualquier tarea que tengo a mano – que necesita tener ya que no está tomando ningún descanso para una rebanada de pizza.
4. Tengo un cuerpo de aspecto más delgado. Durante tres meses de seguimiento riguroso de mi composición corporal a través de escáneres corporales DXA especiales, pasé del 17,1 por ciento de grasa corporal al 16 por ciento de grasa corporal y gané 4,5 libras de masa muscular magra. De hecho, un ayuno prolongado es una de las formas más confiables de elevar naturalmente la hormona del crecimiento humano, un factor clave para retener y construir músculo magro.

Aunque esta fue mi experiencia de ayuno y funciona para mí, hay mucho escepticismo asociado con la práctica que debe considerar antes de lanzarse. No ayune si tiene bajo peso o está desnutrido. Cuando rompa el ayuno, coma muchos alimentos buenos y saludables, ya que el objetivo del ayuno es cambiar el momento de comer, no la reducción de calorías. Por último, recuerde que gran parte de su ingesta diaria de agua proviene de la comida. Así que si no comes, asegúrate de mantenerte hidratado. El ayuno puede ser revelador, pero hay que hacerlo de forma segura.

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