El poder del lenguaje
On octubre 13, 2021 by adminEl lenguaje no son sólo palabras, aunque los diccionarios digan lo contrario. La mayoría de nosotros nos comunicamos a través de las palabras, sí, ya sean escritas, habladas o con señas, pero la mayor parte de la comunicación comprende expresiones faciales, señales físicas y «hablar» con los ojos, también conocido como lenguaje corporal. Sin embargo, independientemente de su forma, el lenguaje sirve para la práctica social de entenderse, lo cual, como especie, es importante para nosotros, pero no es la única razón por la que lo hacemos. Esencialmente, el lenguaje se utiliza para comunicar ideas y, por ello, alberga un poder del que rara vez somos conscientes.
Tomemos un ejemplo obvio: las dictaduras. Los tiranos ávidos de poder y sus compinches utilizan el lenguaje -desde las palabras de los discursos televisados hasta las imágenes de la propaganda- para difundir una idea y conseguir un apoyo acrítico y ganar la adoración y el miedo de las masas. Mientras tanto, los disidentes utilizan el lenguaje -desde las palabras de los discursos en las reuniones secretas hasta las imágenes de los carteles y panfletos contra el gobierno- para desestabilizar ese poder fomentando la crítica e inspirando la rebelión.
Esta capacidad para transmitir una idea e inculcarla en la mente de un público demuestra el poder que puede tener el lenguaje como medio de comunicación. Una idea determinada puede entonces difundirse o morir, cambiar las opiniones o reforzarlas, mantener a la gente en su sitio o despertarla, o puede evolucionar en más ideas, cada una con las suyas, o puede estancarse y paralizar el pensamiento. Pero en el fondo, el poder del lenguaje es algo más grande. Aunque pueda parecer simplista decir que si podemos utilizar el lenguaje para transmitir una idea, podemos hacer lo mismo con una idea contraria, es precisamente aquí donde reside su verdadero y elemental poder, ya que ninguna idea, por muy dominante que sea, existe sin oposición, crítica o cuestionamiento, y esto siempre se hace a través del lenguaje, ya sea expresado, dibujado, gesticulado o comunicado de otra manera. En otras palabras, el lenguaje tiene el poder de subvertir el poder, tanto sus propias creaciones.
«Vivimos en el capitalismo. Su poder parece ineludible. También el derecho divino de los reyes. Cualquier poder humano puede ser resistido y cambiado por los seres humanos. La resistencia y el cambio suelen comenzar en el arte, y muy a menudo en nuestro arte, el arte de las palabras»
– Ursula Le Guin
Reflexiones al azar sobre el poder del lenguaje
Democracia
Ninguna persona o institución puede monopolizar el lenguaje, por muy «poderosa» que sea, ya que el lenguaje es, por naturaleza, democrático. El mero hecho de dominar una lengua -escrita, hablada, firmada, dibujada, etc.- significa que podemos utilizarla como queramos y comunicar lo que queramos.
Humildad
Sobre la resistencia a la tiranía, un autor aconseja: «Evita pronunciar las frases que todo el mundo hace. Piensa en tu propia forma de hablar». Esto se refiere no sólo a cantar las mismas palabras (e ideas) que los demás hacen o esperan de nosotros, sino también a resistirse a un estrechamiento de nuestro vocabulario y pensamientos. El mundo está lleno de información procedente de innumerables fuentes, y esta diversidad exige que seamos humildes y reconozcamos que hay mucho más que no sabemos, y que nos permitamos desafiar nuestra propia forma de pensar y estar abiertos a que nos demuestren que estamos equivocados.
Desafío
El «no» es una palabra poderosa porque frena a la gente y sus suposiciones y expectativas. Un «no» firme de un adulto a un niño puede incitar a la obediencia, pero este efecto tiene que ver tanto con el significado de la palabra como con la consolidación de la propia autoridad en una dinámica de poder que sitúa a la persona mayor y más grande al mando y a la más joven y más pequeña al acatamiento. Pero el «no» funciona en ambos sentidos, y aunque esa exclamación puede ser obedecida, también puede ser desafiada, ya que el «no, no puedes» conduce al «no, yo sí puedo».
Miedo
Las instituciones y los individuos utilizan el lenguaje tanto para construir su poder como para mantenerlo. En el caso de la trata de seres humanos, a menudo se prepara a las víctimas no a través de la sumisión física, sino a través de un lenguaje que les resta poder, las deshumaniza, las degrada, las aísla y las avergüenza para que cumplan. Mientras tanto, en el caso de la política tenemos la retórica demagógica, en la que el objetivo de una simple frase (y la idea que conlleva) no es más que convencer a los votantes despertando sus miedos y deseos.
Protesta
Que las acciones hablan más que las palabras es difícil de refutar. Cuando Rosa Parks se negó a levantarse, esa acción habló a mucha gente sin necesidad de una sola palabra. Cuando el hombre del tanque se puso delante de un convoy en la plaza de Tiananmen, se convirtió en uno de los símbolos más emblemáticos de la protesta. Y esas acciones a veces son captadas por las cámaras, lo que nos recuerda también que «una imagen vale más que mil palabras».
Dominación
Afirmar el poder y la dominación requiere la obediencia de los demás, pero la obediencia no sólo se consigue a través de medios coercitivos como la fuerza y la violencia; la mera amenaza de éstos es suficiente para inducirla, y esto se hace indirectamente a través del lenguaje. A veces basta con decir que algo está «prohibido» y que «no se tolerará». También puede bastar un puño cerrado o una mirada severa. El lenguaje, independientemente de cómo lo expresemos, puede estar cargado de supuestos de poder y autoridad que, ya sean reales o percibidos, nos hacen reaccionar y actuar de una determinada manera.
Identidad
El dominio de una lengua y el ser entendido forja un poderoso sentimiento de pertenencia: a una familia, una comunidad, una cultura o un país. Esto es especialmente cierto cuando se habla de identidad nacional, pero no todos los ciudadanos pueden hablar de tener una lengua nacional. Fuera de Europa, por ejemplo, el neerlandés, el inglés, el francés, el portugués y el español son ineludiblemente las lenguas de los colonizadores, ya que la lengua nunca es ahistórica ni apolítica, sobre todo cuando sabes que una te despojó de la tuya.
Supuestos
Cuando nos comunicamos a través de las palabras, es el resultado de utilizar la gramática y el vocabulario para traducir nuestros pensamientos y sentimientos, pero las palabras también afectan a la forma en que pensamos. Los medios de comunicación, por ejemplo, utilizan determinadas palabras, imágenes u otras técnicas para influir en la forma en que el público percibe algo. Llamar a los jóvenes «copos de nieve» o a los refugiados «migrantes merodeadores» puede influir en la opinión pública sobre estos grupos, ya que las etiquetas siempre están cargadas de suposiciones y expectativas.
Cumplimiento
El lenguaje de decirle a un niño que se siente como una niña o que es un niño tan valiente no se detiene en la última palabra; continúa en las acciones que siguen. Las piernas juntas, el sentimiento de vergüenza por llorar… son las expresiones tácitas de conformidad, cuando hacemos lo que se nos dice y crecemos en una amplia pincelada de una idea que no hemos podido diseñar.
Estereotipo
Las etiquetas y los estereotipos nos inducen a pensar erróneamente que algo o alguien es sólo de una determinada manera. Estas suposiciones abundan especialmente en el caso de los grupos que han sido históricamente oprimidos: mujeres, niños, personas de color, inmigrantes, grupos religiosos, minorías sexuales, etc. En el caso de las niñas y las mujeres, las etiquetas pueden ir desde «mujer negra enfadada» y «esposa obediente» hasta «aguafiestas feminista» y «princesa bonita». Y cuando reproducimos estas etiquetas acríticamente, alimentamos el estereotipo.
Diversidad
Los términos genéricos son convenientes, pero limitan nuestra percepción de las cosas. ‘Hombre’ o ‘humanidad’, por ejemplo, se supone que lo abarcan todo, pero están lejos de incluir la diversidad de la humanidad. Del mismo modo, se considera que «niño» incluye a las niñas, los niños, los bebés, los adolescentes y los jóvenes, pero rara vez se pretende que signifique a todos ellos al mismo tiempo.
Libertad
Todas las palabras que se supone que no debemos decir, y mucho menos llegar a conocerlas. Algunas palabras son «sucias» y pueden meternos en problemas, pero no de la manera que probablemente estamos pensando. Dependiendo del país, hablar de libertades y derechos lleva a la gente a campos de detención y trabajos forzados o a ser fusilados y enterrados, porque se cree que esas palabras deben ser silenciadas, porque son un riesgo para el statu quo. Pero no es porque las palabras en sí mismas sean peligrosas, sino por las ideas que portan.
PERO…
El lenguaje por sí solo tiene poco sentido si nadie presta atención a lo que expresamos. Podemos oír, ver, sentir o percibir de alguna manera que alguien se comunica con nosotros, pero no es lo mismo que asimilar el contenido, comprender el significado y actuar en consecuencia. Parte del problema es que «escuchar» es un arte que está desapareciendo, ya que hoy en día ponemos demasiado énfasis en «hablar» nosotros mismos, y algunos grupos, como los menores de 18 años, son más propensos a este trato que otros. Ni que decir tiene que, al parecer, no vale la pena escuchar a los «futuros líderes del mañana» hasta que llegue el futuro. Y cuando hablamos por ellos, ya sea de forma bienintencionada o con autoestima, no hace necesariamente que su mensaje sea más fuerte; simplemente refuerza nuestro papel de portavoces autoproclamados.
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